domingo, 29 de julio de 2012

Un aniversario: 19 de julio. Albert Camus.

Texto del mensaje enviado por Albert Camus a los jóvenes escritores españoles en ocasión del vigésimo aniversario de la guerra civil española.

El 19 de julio de 1936 comenzó en España la segunda guerra mundial. Esta guerra ha terminado en todas partes salvo, precisamente, en España. El pretexto de no terminarla es la obligación de prepararse para la tercera guerra mundial. Esto resume la tragedia de la España republicana que ha visto imponérsele la guerra civil y extranjera por jefes militares rebeldes y que hoy, aún ve que se le siguen imponiendo los mismos jefes, en nombre de la guerra extranjera. Durante 20 años, una de las causas más justas que puedan encontrarse en la vida de un hombre, se ha visto constantemente deformada, y, en ocasiones, traicionada por los intereses más poderosos de un mundo entregado a las luchas del poder. La causa de la república está y estará siempre identificada con la de la paz; esa es sin duda su justificación. Desgraciadamente el mundo no ha cesado de estar en guerra desde el 19 de julio de 1936 y la república española, en consecuencia, no ha cesado de ser traicionada o cínicamente utilizada. Por esto es quizá vano dirigirse, como lo hemos hecho otras veces, al espíritu de justicia y de libertad, a la conciencia de loS gobiernos. Un gobierno, por definición, no tiene conciencia. Tiene, a veces, una política, y eso es todo. Quizá la manera más segura de abogar por la república española, no es ya decir que es indigno para las democracias matar por segunda vez a quienes han luchado y han muerto por nuestra libertad, por la libertad de todos. Este lenguaje es el de la verdad, él clama en el desierto. La buena manera sería quizá decir que si el sostener a Franco no se justifica más que por la necesidad de asegurar la defensa de Occidente, no se justifica por nada.

Puesto que los gobiernos occidentales han decidido no tomar en consideración más que las realidades, podemos decirles que las convicciones de una parte de Europa forman parte también de la realidad, y que no será posible negarlas hasta el fin. Los gobiernos del siglo XX tienen una desgraciada tendencia a creer que la opinión y las conciencias se pueden gobernar como las fuerzas del mundo físico. Y es cierto que por las técnicas de la propaganda o del terror, han llegado a dar a las opiniones y a las conciencias una consternante elasticidad. Sin embargo, hay un 1ímite en todas las cosas, y en particular en la flexibilidad de la opinión. Se ha podido mistificar la conciencia revolucionaria hasta hacerle exaltar la miserable explotación de la tiranía. El ejercicio mismo de esa tiranía, sin embargo, hace esta mistificación evidente: y de ahí que en medio del siglo, la conciencia revolucionaria se rebela de nuevo y vuelve a sus orígenes. De otro lado, se ha podido mistificar el ideal de la libertad
por el que los pueblos y los individuos han sabido combatir mientras que sus gobiernos capitulaban. Se ha podido hacer esperar a esos pueblos, hacerles admitir compromisos más y más graves. Pero se ha llegado a un límite que se hace necesario anunciar claramente, y pasado el cual no será ya posible utilizar las conciencias libres; por el contrario, será necesario combatirlas a ellas también. Este límite, para nosotros europeos que hemos tomado conciencia de nuestro destino y de nuestras verdades el 19 de julio de 1936, es España y sus libertades.

Sea como sea, hay un límite que no se podrá superar. Durante 10 años hemos comido el pan de la derrota y la vergüenza. El día de la liberación, en la cúspide de la más grande esperanza, hemos aprendido, además, que la victoria también había sido traicionada y que era necesario renunciar a algunas de nuestras ilusiones. ¿A algunas? Sin duda. Después de todo, no somos unos niños. Pero, sin embargo, no a todas, no a nuestra fidelidad más esencial. Sobre este límite que trazamos, está, en todo caso, España, que nos ayuda a ver claro. Ningún combate será justo si se hace, en realidad, contra el pueblo español. Y si se hace contra él, se hará sin nosotros. Ninguna Europa, ninguna cultura será libre si se erige sobre la servidumbre de] pueblo español. Y si se erige sobre esta servidumbre, se hará contra nosotros.

El inteligente realismo de los políticos occidentales llegará finalmente a ganar para su causa cinco aeródromos y tres mil oficiales españoles, y a conquistar definitivamente centenares de millares de europeos. Después, esos genios políticos, se congratularán en medio de las ruinas. A menos que los realistas entiendan realmente el lenguaje del realismo y comprendan, en fin, que el mejor aliado de la Rusia soviética no es hoy el comunismo español, sino el mismo general Franco y sus apoyos occidentales.

Estas palabras quizás sean inútiles, pero queda un sitio para la esperanza. Ninguna derrota será definitiva mientras que el pueblo español guarde su fuerza de combate. Puede ser una paradoja, pero es el pueblo hambriento, subyugado, el guardián de nuestra esperanza. Guardémonos muy bien de creer que la causa republicana vacila. Guardémonos muy bien de creer que Europa agoniza. Lo que agoniza, del Este al Oeste, son las ideologías. Quizás Europa -de la que España es solidaria- es tan miserable por haberse alejado toda ella, y hasta su pensamiento revolucionario, de un manantial de vida generosa, de un pensamiento en el que la justicia y la libertad se encuentran en una unidad carnal, alejada igualmente de las filosofías burguesas y del socialismo cesariano. Los pueblos de España, de Italia y de Francia guardan el secreto de este pensamiento; y lo guardarán todavía, para que sirva cuando llegue el momento de renacer. Entonces el 19 de julio de 1936 será también una de las fechas de la segunda revolución del siglo; fecha que tiene su raíz en la Comuna de París, que camina siempre bajo la apariencia de la derrota, pero que no ha terminado aún de sacudir el mundo; y que para terminar, llevará al hombre más lejos de lo que ha podido llevarle la revolución rusa de 1917. Nutrida por España y en general por el espíritu de libertad, ella nos devolverá un día una España y una Europa, y con ellas nuevo trabajo de combatir, en fin, a cielo abierto. Al menos, esto
constituye nuestra esperanza y nuestras razones de luchar.

No olvido que si los 20 años significan poca cosa mirando la historia, los 20 años que hemos pasado han pesado con un peso terrible sobre muchos de los españoles en el silencio del exilio. Hay algo de lo que no puedo hablar por haberlo dicho demasiado y es el deseo apasionado, que es el mío, de verlos recobrar la sola tierra que es a su medida. Yo siento la amargura que puede haber, si hablo solamente de luchas y de combates renovados, en lugar de hablarles de la justa felicidad a que tienen derecho. Pero todo lo que podemos hacer para justificar tanto sufrimiento y tantos muertos, es l1evar en nosotros sus esperanzas, hacer que esas esperanzas no sean vanas y que esos muertos no estén solos.

Estos 20 años implacables han usado a muchos hombres en su tarea, y han forjado otros entre los cuales el destino ha de justificar a los primeros. Tan duro como esto sea, es así como los pueblos y las civilizaciones se levantan. Después de todo es de ustedes, españoles, es de España, en parte, de donde algunos de nosotros hemos aprendido a tenernos en pie y a aceptar sin desfallecimiento el duro deber de la libertad. Para Europa y para nosotros, franceses, a menudo sin saberlo, habéis sido y sois los maestros de la libertad. El duro deber que no termina, nos toca a nosotros compartirlo con vosotros sin desfallecimiento y sin compromiso.

Esa es vuestra justificación. Yo he encontrado en la historia, desde que tengo la edad de hombre, muchos vencedores con cara odiosa. Porque leía en ellos el odio y la soledad. Y es que no eran nada, cuando no eran vencedores. Solamente para existir, les era necesario matar y esclavizar. Pero hay otra raza de hombres que nos ayuda a respirar, que no ha encontrado la existencia y la libertad sino en la libertad y la felicidad de todos y que puede, por tanto, encontrar, hasta en la derrota, razones de vivir y de amar. Esos hombres no estarán nunca solos.


Edición digital de la Fundación Andreu Nin, abril 2003.

http://www.fundanin.org/camus.htm

viernes, 8 de junio de 2012

Artículo publicado en "La comune" número 191.

He tenido el honor de que el periódico quincenal "La comune" (en el número 191) publique un artículo que escribí para el número 63 de junio de 2012 de "Socialismo Libertario". Trata sobre las movilizaciones en defensa de la educación. Grazie mile!




Nella Spagna colpita dalla crisi

reattività sociale


Jaime Aguirán


La situazione del lavoro nel mondo della scuola è esemplare di come le crepe del sistema, per quanto parziali, mostrino la sua irreversibile decadenza e costituiscano una sorta di punto di non ritorno per il sistema stesso al suo tramonto.


L’educazione è stata volutamente riorientata dal sistema, che l’ha trasformata in un diritto concesso dallo Stato, per convertirla in formazione di mano d’opera efficiente e di cittadini obbedienti. Le aspirazioni educative e le vocazioni degli insegnanti sono state avvilite dal burocratismo. Ora, il governo decide
di tagliare questo bene comune, dopo anni di lotte assai dure per conquistarlo in ogni quartiere e in ogni paese.


I tagli all’istruzione hanno provocato un’iniziale reattività, con mobilitazioni nelle grandi città così come in piccole località di provincia e con il primo sciopero generale nazionale del mondo della scuola*. Noi insegnanti precari dell’Istituto secondario di Monreal del Campo (Teruel) abbiamo sentito la necessità di reagire e abbiamo indetto un’assemblea aperta a tutti. Abbiamo cercato di coinvolgere tutto il paese e di suscitare partecipazione e appoggio, nonché di coordinarci con i colleghi della scuola primaria, dell’asilo e del centro sanitario. Abbiamo quindi approvato un comunicato per aprire il dialogo con tutta la società chiamando alla solidarietà reciproca e al mutuo appoggio contro gli attacchi del potere politico alle condizioni di vita di tutti. È stato un inizio modesto, la cui continuità dipenderà dal nostro protagonismo e dalla nostra determinazione per un riscatto di lunga durata. A settembre più di 50 mila insegnanti precari perderanno il lavoro. Ma non potranno toglierci anche la vocazione. È ora di reagire ma anche di pensare a quale tipo di educazione aspiriamo, oltre all’alternativa tra statale o privata: un’educazione che non sia più mera istruzione di mano d’opera e di cittadini, che diventi un percorso per la realizzazione delle vocazioni degli individui e di ogni comunità nel suo assieme. Un’educazione di tutti e per tutti.

(tratto da Socialismo Libertario n. 63, giugno 2012).


* Lo sciopero generale del 22 maggio ha coinvolto il mondo della scuola di ogni ordine e grado, dagli asili alle università, in tutta la Spagna, per la prima volta dal post-franchismo. (NdT)

domingo, 29 de abril de 2012

ANIVERSARIO ESPAÑOL, de Octavio Paz.





Adjunto el texto que redactó Octavio Paz con motivo del decimoquinto aniversario del comienzo de la revolución española de 1936, aquella que plantó cara al golpe militar del 18 de julio. Aquella que plantó cara en tiempo real al fascismo en Europa. Octavio Paz quedó marcado por los hechos que vivió en su estancia en España. Este escrito es una  de las mayores expresiones de amor por nuestro país de paises, nuestro pueblo sufriente y valiente. Es una oportunidad por redescubrir nuestra historia, lo que fuimos capaces de hacer en tiempos mucho más terribles que los actuales. Su lectura llena de coraje y de esperanza. Espero que disfruten esta joya del gran maestro mexicano Octavio Paz. 




ANIVERSARIO ESPAÑOL

La fecha que hoy reúne a los amigos de los pueblos his­pánicos preside, como un astro fijo, la vida de mi gene­ración. Luz y sangre. Así, permitidme que recuerde lo que fue para mí, y para muchos hombres de mi edad, el 19 de julio de 1936. Nada más distinto de tener veinte años en 1951 que haberlos tenido en 1936. Yo era estu­diante y vivía en México. En aquella época todo nos pa­recía claro y neto. No era difícil escoger. Bastaba con abrir los ojos: de un lado, el viejo mundo de la violencia y la mentira con sus símbolos: el Casco, la Cruz, el Para­guas; del otro, un rostro de hombre, alucinante a fuerza de esculpida verdad, un pecho desnudo y sin insignias. Un rostro, miles de rostros y pechos y puños. El 19 de julio de 1936 el pueblo español apareció en la historia como una milagrosa explosión de salud. La imagen no podía ser más pura: el pueblo en armas y todavía sin uniforme. Algo tan increíble e inaudito y, al mismo tiem­po, tan evidente como la súbita irrupción de la prima­vera en un desierto. Corno la marcha triunfal del incen­dio. El pueblo —vulnerable y mortal, pero seguro de sí y de la vida—. La muerte había sido vencida. Se podía morir porque morir era dar vida. Cuerpo mortal: cuer­po inmortal. Durante unos meses vertiginosos las pala­bras, gangrenadas desde hacía siglos, volvieron a brillar, intactas, duras, sin dobleces. Los viejos vocablos —bien y mal, justo e injusto, traición y lealtad— habían arroja­do al fin sus disfraces históricos. Sabíamos cuál era el significado de cada uno. Tanta era nuestra certidumbre que casi podíamos palpar el contenido, hoy inasible, de palabras como libertad y pueblo, esperanza y revolución. El 19 de julio de 1936 los obreros y campesinos españo­les devolvieron al mundo el sabor solar de la palabra fraternidad. Desde México veíamos arder la inmensa hoguera. Y las llamas nos parecían un signo: el hombre tomaba posesión de su herencia. El hombre empezaba a reconquistar al hombre.
   
El rasgo original del 19 de julio reside en la espon­taneidad fulminante con que se produjo la respuesta popular. La sublevación militar había dislocado toda la estructura del Estado español. Despojado de sus medios naturales de defensa —el ejército y la poli­cía— el gobierno se convirtió en un simple fantasma: el del orden jurídico frente a la rebelión de una reali­dad que la República se había obstinado en ignorar. El gobierno no tenía nada que oponer a sus enemigos. Y en este momento aparece un personaje que nadie había invitado: el pueblo. La violencia de su irrupción y la rapidez con que se apoderó de la escena no sólo sorprendieron a sus adversarios sino también a sus dirigentes. Las organizaciones populares, los sindica-io',, los partidos y rso que la jerga política llama el "aparato" fueron desbordados por la marea. En lugar de que otros, en su nombre y con su sangre, hicieran la historia, el pueblo español se puso a hacerla, direc­tamente, con sus manos y su instinto creador. Desapa­reció el coro: todos habían conquistado el rango de héroes. En unas cuantas horas volaron en añicos muchos esquemas intelectuales y mostraron su verda­dera faz todas esas teorías, más o menos maquiavélicas y jesuíticas, acerca "de la técnica del golpe de Estado" y la "ciencia de la Revolución". De nuevo la historia reveló que poseía más imaginación y recursos que las filosofías que pretenden encerrarla en sus prisiones dialécticas. Lo que ocurrió en España el 19 de julio de 1936 fue algo que después no se ha visto en Europa: el pueblo, sin jefes, representantes e intermediarios, asu­mió el poder. No es éste el momento de relatar cómo lo perdió, en doble batalla.
    
La espontaneidad de la acción revolucionaria, la naturalidad con que el pueblo asumió su papel director durante esas jornadas y la eficacia de su lucha, mues­tran las lagunas de esas ideologías que pretenden dirigir y conducir una revolución. Pero la insuficiencia no es el único peligro de esas construcciones. Ellas engendran escuelas. Los doctores y los intérpretes forman inme­diatamente una clerecía y una aristocracia, que asumen la dirección de la historia. Ahora bien, toda dirección tiende fatalmente a corromperse. Los "estados mayo­res" de la Revolución se transforman con facilidad en orgullosas, cerradas burocracias. Los actuales regíme­nes policiacos hunden sus raíces en la prehistoria de partidos que ayer fueron revolucionarios. Basta una simple vuelta de la historia para que el antiguo conspi­rador se convierta en policía, como lo enseña la expe­riencia soviética. La nueva casta de los jefes es tan funesta como la de los príncipes. Ellos prefiguran la nueva sociedad totalitaria, que espera en un recodo del tiempo el derrumbe final del mundo burgués. Contra esos peligros sólo hay un remedio: la intervención directa y diaria del pueblo. Informe y fragmentaria, la experiencia del 19 de julio nos enseña que esto no es imposible. El pueblo puede luchar y vencer a sus ene­migos sin necesidad de someterse a esas castas que, como una excrecencia, engendra todo organismo colec­tivo. El pueblo puede salvarse, eliminando en primer término a los salvadores de profesión.

No es ésta la única lección del combate de los pue­blos hispánicos. Quisiera destacar otro rasgo, precioso y original entre todos, capital para un hispanoamericano: la defensa de las culturas y nacionalidades hispánicas. La lucha por la autonomía de Cataluña y Vasconia po­see en nuestro tiempo un valor ejemplar y polémico. Contra lo que predican las modernas supersticiones políticas, la verdadera cultura se alimenta de la fatal y necesaria diversidad de pueblos y regiones. Suprimir esas diferencias es cegar la fuente misma de la cultura. Nada más estéril que el "orden" que postulan las ideo­logías; se trata de una visión parcial del hombre, de una camisa de fuerza que ahoga o degrada la libre esponta­neidad de las naciones. Frente a la abstracta "unidad" de los imperios, los pueblos españoles rescataron la noción de anfictionía. Ésta es la única solución fecunda al problema de las nacionalidades hispánicas, dentro del cuadro de una nueva sociedad. No fue otro el sueño de Bolívar en América. No fue otro el sueño griego. Las grandes épocas son épocas de diálogo. Grecia fue colo­quio. El Renacimiento coincide con el esplendor de las repúblicas. Cuando desaparecen las autonomías regio­nales y nacionales, la cultura se degrada. El arte impe­rial es siempre arte oficial. Ilustrado o bárbaro, burocrá­tico o financiero, todo imperio tiende a erigir como modelo universal una sola y exclusiva imagen del hom­bre. El jefe o la casta dominante aspira a repetirse en esa imagen. Una sola lengua, un solo señor, una sola ver­dad, una sola ley. La unidad es el primer paso en el camino de la repetición mecánica: una misma muerte para todos. Pero la vida es diversidad.

        Ante las propagandas que luchan por la "suprema­cía cultural" de estos o de aquellos, nosotros proclama­mos que cultura quiere decir espontaneidad creadora, diversidad nacional, libre invención. Afirmamos el ge­nio individual de cada pueblo y el valor irreemplazable de cada creador. No creemos en una lengua mundial sino en la universalidad de las lenguas vivas. No se pue­de cantar en esperanto. La poesía moderna nace al mis­mo tiempo que los idiomas modernos. No nos opone­mos a que la ciencia, la técnica y las otras formas de la cultura inventen su lenguaje. En realidad así ha ocurri­do. Hace muchos siglos que las matemáticas constitu­yen un lenguaje que entienden todos los especialistas. Y otro tanto sucede con la mayoría de las ciencias. Pero no son los sabios los que quieren borrar las lenguas nacionales, ni son ellos los que desean acabar con las culturas locales. Son los comerciantes y los políticos. Y los servidores de las nuevas abstracciones: los profesio­nales de la propaganda, los expertos en la llamada "educación de las masas". Sólo que no hay masas. Hay pueblos.


Afirmar que las diferencias nacionales o regionales deben desaparecer, en provecho de una idea universal del hombre o de las necesidades de la técnica moderna, es uno de los lugares comunes de nuestro tiempo. Mu­chos de los partidarios de esta idea ignoran que postu­lan una abstracción. Al imponer a pueblos y naciones un esquema unilateral del hombre, mutilan al hombre mismo. Porque no hay una sola idea del hombre. Uno de los rasgos específicos de la humanidad consiste, pre­cisamente, en la diversidad de imágenes del hombre que cada pueblo nos entrega. Sólo las sociedades ani­males son idénticas entre sí. Y en esa pluralidad de con­cepciones el hombre se reconoce. Gracias a ella es posible afirmar nuestra unidad. El hombre es los hombres.

La abstracción que los poderes modernos nos pro­ponen no es sino una nueva máscara de una vieja so­berbia. El primer gesto del hombre ante su semejante es reducirlo, suprimir las diferencias, abolir esa radical otredad. Pero el otro existe. No se resigna a ser espejo. Reconocer la existencia irreductible del otro es el principio de la cultura, del diálogo y del amor. Reducirlo a nuestra subjetividad es iniciar la árida, infinita dialéctica del esclavo y del señor. Porque el esclavo jamás se resigna a ser objeto. La realidad humillada acaba por hacer saltar esas prisiones. Aun en la esfera del pensa­miento puro se manifiesta esa tenaz resistencia de la realidad. Machado nos enseña que el principio de iden­tidad, sobre el cual se ha edificado nuestra cultura, se rompe los dientes frente a la otredad del ser. Acaso en esto radique la insuficiencia de nuestra cultura. Todo imperialismo filosófico o político se funda en esta fatal y empobrecedora soberbia. No en vano Nietzsche llamó a Parménides "araña que chupa la sangre del devenir". Y algo semejante ocurre en el mundo de la historia: los imperios chupan la sangre de los pueblos. La unidad que imponen oculta un horror vacío. No nos dejemos engañar por la grandeza de sus monumentos: la vida ha huido de esas inmensas piedras. Esos monumentos son tumbas.

Resulta escandaloso recordar estas verdades. Vivi­mos en la época de la "planificación" y del paternalismo estatal. En ciertas bocas y en ciertos sitios estas frases encubren apenas otros designios. En nombre de la abs­tracción se pretende reducir al hombre a la pasividad del objeto. Unos utilizan el mito de la historia, otros el de la libertad; pero nosotros nos rehusamos a ser mer­cancías tanto como a convertirnos en instrumentos o herramientas. Sabemos a dónde conducen esos pro­gramas: al campo de concentración. Toda concepción mecanicista y utilitaria —así se ampare en la llamada "edificación socialista"— tiende a degradar al hombre. Frente a esos poderes nosotros afirmamos la espontaneidad creadora y revolucionaria de los pueblos y el valor de cada cultura nacional. Y volvemos los ojos hacia el 19 de julio de 1936. Allí empezó algo que no morirá.

París, a 18 de julio de 1951.

["Aniversario español" se publicó en El ogro filantrópico, Barcelona (Seix Barral) y México, D.E Ooaquín Mortiz), 1979. (Obras com­pletas, vol. 9, pp. 433-437.)]